En su quinto disco Los Penúltimos tiran de autoedición para sacar Carretera y manta a su propio modo. ¿Quiénes son estos cuatro madrileños hoy, a nueve años de su inicio como banda? Nos sumergimos en el álbum para descubrirlo.
Un rock propio del siglo pasado aunado con toques blues sirve a Los Penúltimos para desenvolverse a lo largo de algo más de media hora. Las canciones siguen un patrón continuo: una base más o menos bailable aderezado con despuntes repentinos.
Por momentos el vocalista -y armónica- Ernesto Ulíbarri parece no tomarse en serio su propia labor al micrófono. Canta sin cuidado por el estilismo de su función, a como las den. Esto, principalmente, es lo que da a Los Penúltimos su toque desenfadado y vulgar.
Carretera y manta es una anécdota, un juego con el espejo con el que pasarlo bien. Las aspiraciones del disco no van más allá del último minuto de escucha. Funcional pero artísticamente pobre, el trabajo es tan escuchable como olvidable.
En su formato físico, Carretera y manta nos llega como digipack de cartón duro. Su interior es somero en extremo: galleta y fondo del CD copian el motivo de portada. A la izquierda y sobre el propio material leemos los créditos técnicos y unas breves dedicatorias. La contraportada se reserva una fotografía del grupo bajo el listado de canciones.
El álbum no nos ha engatusado. Es pobre a varios niveles, y si bien en lo técnico se defiende de modo básico, no encontramos el quid que haga de éste un disco a recomendar. Y ya que lo sentimos.
AltFloyd 