El proyecto Hiagen nació en 1996, pero tras un fatídico incendio que devoró los instrumentos del grupo, éste quedó en manos del olvido para muchos. No para uno de sus miembros, que retomó el proyecto más de diez años después con nuevos compañeros de equipo. Así nació Los últimos días de Pompeya en 2014. Nótese lo irónico del título.
La maquinaria continúa en marcha y 2018 es el año de El diálogo interior, cuya portada mística nos hace rescatarlo pronto de nuestra pila de álbumes pendientes. Se trata de 11 canciones con una duración total de más de una hora.
El grupo conforma su estilo a través de la superposición de géneros e influencias. La experimentación supone la base conceptual de su sonido y sus esquemas musicales, mientras que el rock pone los cimientos.
Hiagen se nutre al mismo tiempo del post-rock y de las características definitorias del indie rock nacional. El diálogo interior fusiones sonoridades oscuras e impropias con riffs atractivos, baterías mundanas y hechuras alternativas.
Edgar Soberón impone su persona al micrófono aun cuando las canciones se ejecutan con la instrumentación extensa en mente. Su tono de voz nos recuerda al de Mikel Izal (salvando las distancias) e incluso tiene algo de Pasajero en él.
La guitarra se conjuga a sí misma a tres bandas. El propio Soberón junto a Carlos Ramírez e Ignacio López-Rufián hacen de este instrumento el motivo vital de Hiagen. Aun cuando Silvia Fernández Cociña aporta dinamismo desde las teclas, el trío de ases en las cuerdas nos fascina y supone un aliciente importante.
El sexteto consigue un resultado variopinto con los pies en la tierra y un sonido característico. Arreglan su música con cabeza y les sale premio al rascar. La producción de Carlos Santos en Sadman Studio ennoblece la creación de Hiagen. Excelente elección, si tenemos en cuenta que Santos ha trabajado junto a Aathma o Toundra (a quienes los de Asturias emulan en ciertos aspectos, siendo su estilo distinto).
La edición física de El diálogo interior ha sido mimada por el grupo. Un precioso satinado exterior da paso a un tríptico con dos paisajes evocadores distintos en la línea de la portada. También la galleta protege el arte general del trabajo.
El libreto, oculto en un lateral, se despliega ante nuestros ojos -literal- hasta sixtuplicar su tamaño. En una cara leemos las letras y los créditos técnicos mientras que la contraria sirve de póster-mundi. Nos quitamos el sombrero ante la maña gráfica de Hiagen.
En su segundo álbum post-incendio el grupo se consolida en sonoridades y visión. Hiagen apunta muy alto, su música aspira a penetrar en nosotros y quedarse ahí. Un disco recomendable, para degustar sin prisas una y otra vez, y sin apelaciones posibles.
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